viernes, 18 de abril de 2014

Cuando estás por la casa nunca sé realmente lo que eres, podrías ser un fantasma o una ilusión. Siempre apareces para juntar mis tristezas que han caído como hojas en otoño en el sendero de nuestro jardín.
Tenías energía eterna corriendo debajo de tu ser, conexiones saliendo desde el interior de tu cuerpo mientras tus lágrimas creaban marcas que tu calidez evaporaba al llegar a medio camino de tus mejillas. Yo también tenía lágrimas, que no afloraban porque estaban con miedo a los hechos que nos condujeron a esa situación.
Había un poco de sangre secándose en tus muñecas y otro poco de sangre seca en las palmas de mis manos. Mientras en mi mente corría a través de pasillos blancos con puertas de vidrio transparentes, queriendo llegar a ti para ver que todo eso pasara.
Ahora estás a un millón de millas de aquí por lo que me han dicho, y este departamento vive en silencio la mayor parte del año. Eras lo más cercano que tenía, mucho más próximo que mi propia piel.
En este momento estoy sentado en el suelo y encuentro esperanza en una pequeña caja de madera que siempre guardo en un rincón de mi guardarropa. Afronto a todas las adversidades y apuesto a todo a nada, a que pudieras escuchar que mis huesos y músculos te gritan para que regreses a aquí.

Te observo en fotografías, y me pongo a ver las luces de adornos de fiestas que se reflejan en tus ojos, me busco en ellos sin embargo nunca puedo hallarme. Esto tú nunca lo sabrás, lo único que sé es que es que allá donde quiera que estés, lo veo en estas imágenes y es que tú… estarás bien.
Susurra y deshaz a mi corazón para que vuelva a sentir, al menos tendría algo en que creer. Todavía sigo gritando por dentro para que regreses.