jueves, 29 de diciembre de 2011

Viciado por los recuerdos.

Presenciamos adicciones cada día. Sería demasiado fácil si sólo fueran las drogas, las bebidas y el cigarrillo; en cambio, es impresionante las clases de vicios que existen. He visto personas adictas al amor o al enamoramiento (conozco mucha gente que hace parecer que enamorarse es tan fácil como pestañear, ojala fuera así, sin embargo las mismas demuestran actitudes que poco y nada tienen que ver con el sentimiento del amor más bien parecieran ser codependientes o que no pueden estar solas), al caos (las que constantemente tienen un problema que no las deja estar tranquilas, no hay un solo día en el que se encuentren realmente bien), al trabajo (aquellos que con una especie de compromiso escapan a otros de otros de otro tipo) y después estamos aquellos que estamos viciados por el recuerdo (esos que escapamos cuando podemos al mundo de los pensamientos por el solo hecho de que las personas nos resultan aburridas y predecibles como chiste que ya fue escuchado cincuenta veces; huimos junto a los pensamientos de esas personas que un día nos acompañaron haciendo que todo fuera un tanto distinto y mucho mejor). En fin, sobre la variedad de adicciones fuera de las típicas tres (drogas, alcohol, tabaco) hay mucho para decir.
Yo creo que la parte más dura de mandar a la mierda un hábito es, justamente, querer mandarlo a la mierda. Es decir, nos hacemos adictos por un motivo, ¿verdad? A menudo, y quizás demasiado a menudo, las cosas empiezan de cero como una parte normal de tu vida y, de algún modo, cruzan esa línea de la obsesión, compulsión.
Perder la noción de todo lo que nos rodea es el flash que llegamos a arrastrar, el mismo que hace que todo lo demás se apague lentamente. El caso es que lo que se puede apreciar es que  la mayoría de las adicciones no acaban bien, porque tarde o temprano, lo que nos haya tenido drogados deja de hacerte sentir bien, empieza a doler o los espacios vacíos se vuelven aun más extensos.
Aún así, se dice que no mandas al carajo un hábito hasta que caes en lo más bajo. Pero, ¿cómo te das cuenta y sabes que has tocado fondo? Porque la verdad es que no importa cuánto daño nos está haciendo algo; a veces, dejar marchar eso a lo que eres adicto, nos duele mucho más.

jueves, 22 de diciembre de 2011

El primero de los siete.

Son 7 los días de la semana, 7 las notas musicales, 7 los colores del arco iris, 7 maravillas del mundo, 7 pecados capitales, etc. Al parecer las personas tienen cierta fascinación por el número 7, en fin, me voy a enfocar a los 7 pecados capitales. La mayoría de las veces nos acordamos de, al parecer, los más grandes: gula, soberbia, lujuria, envidia, avaricia, pereza. Sin embargo, no se escucha tanto hablar de la ira, quizá sea porque creemos que la ira no es tan peligrosa, y que con cierto manejo se puede controlar. A donde quiero llegar es a que quizá no le demos a la ira suficiente importancia y en realidad puede ser mucho más peligrosa de lo que creemos. Después de todo cuando se trata de comportamientos destructivos llegó a los 7 principales, ¿no?

Así que, ¿qué hace que la ira sea diferente a los otros 6 pecados capitales? Es muy simple realmente si nos ponemos a pensar, porque si uno se entregas a pecados como la gula, la soberbia y la pereza solo te haces daño a ti mismo. Pruebas la envidia, la lujuria o la avaricia y te harás daño a ti mismo y quizá a una o dos personas más. En cambio con la ira, es el peor de todos, el padre de todos los pecados. No solo te puede llevar hasta el extremo de tus límites, cegarnos y hacer perder la cabeza en un simple estallido, sino que cada vez que lo hace, en un abrir y cerrar de ojos puedes llevarte a demasiada gente contigo sin importar si son culpables o inocentes.

martes, 20 de diciembre de 2011

En la oscuridad.

¿Cuándo fue la última vez que de verdad alguien estuvo sólo, sin llegar a pensar en su persona? En todo momento pareciera ser que otros están al tanto de lo que hacemos o dejamos de hacer, siempre observando y ese alguien en definitiva puede llegar a ser uno mismo. Hoy en día uno podría vagar por toda una eternidad antes de encontrar un lugar donde pueda ser quien realmente es.
¡A la mierda todo! ¡Si! ¡Al carajo! Aunque sea por un instante, desistamos un poco de ocultarnos y preguntémonos: ¿Cómo hemos dejado que nos ocurra esto? ¿Por qué insistimos en observarlo todo cuando nuestro instinto nos dice que dejemos de hacerlo? Quizás sea porque todos tenemos algo que esconder, esa cosa que tenemos atascada, apartada en la lejanía junto a todo lo demás. Todos deseamos comprobar en secreto que la oscuridad que llevamos dentro, sigue estando dentro. Y en efecto, si miras con suficiente detenimiento, ahí está, la puedes ver y ella también te verá.
Todos escondemos algo, ¿verdad? Desde que nos levantamos y nos miramos en el espejo, nos solemos poner a pensar en nuestros problemas diarios, nuestras pequeñas mentiras, en cobrarnos aquellas malas jugadas, cambiar las apariencias, quitarnos las alianzas (a veces materializadas u otras no) de los compromisos que nos mantienen presos y, ¿por qué no hacerlo? ¿Qué castigo hay en el hecho de pensarlo? ¿Cuáles son las consecuencias de ello? En serio, “somos personas y cometemos errores” eso nos decimos y todo debe perdonarse. ¿Pero qué ocurre si un cruel giro del destino nos convierte en otra cosa? En algo diferente, claramente deshumanizados, ¿quién nos perdona entonces?
¿Que diferencia a un humano de un monstruo, fuera de la apariencia, fuera de la terrible verdad? Caminan las mismas calles, usan la misma ropa, respiran el mismo aire, transitan siguiendo nuestros pasos. Hay bestias escondidas en los rincones más indómitos de nuestro ser. La verdad sobre ellas, es que a veces nos tienen más miedo del que les tenemos nosotros. Está esa expresión en nuestras caras, ese grito ahogado en las gargantas cuando por fin las vemos; ese impacto es suficiente para hacernos olvidar que alguna vez, también formaron parte de lo que realmente somos.
Algo a tener en cuenta es que, estas bestias, al haber formado uno con nuestro ser presentan resquicios de humanidad que las hacen salir de las profundidades para revelarse ante nosotros porque, incluso nuestra peor faceta puede querer escapar a la oscuridad y a la soledad. Y aún un monstruo puede sentir la más dominante de las emociones humanas, el miedo. Saben lo suficiente para recordar lo que una vez fueron, lo suficiente como para temer lo que pueden llegar a hacer. Y, a ese pequeño resquicio de humanidad, también le puede obsesionar el amor, la vida, las causas perdidas. Tienen las mismas debilidades, en cambio ni esto los puede volver normales. Pero, por sobre todas las cosas, es esto mismo es lo que los hace ser, de cierta forma, inolvidables.
Cada individuo pasa dos o tres días de su vida en el lado oscuro y luego normalmente se arrepiente de haber ido hacia allá, de haber cruzado la línea, ¿pero qué pasa si pareciera que sólo existimos en ese lado oscuro, detrás de esa línea? Aún siendo así, también querríamos las mismas cosas que los demás: una oportunidad en la vida, en el amor; no seríamos tan diferentes en ese aspecto. Lo intentaríamos, pero a veces llegaría el fracaso, y cuando eres distinto, cuando eres una especie de demonio, en esta realidad las consecuencias son peores, mucho peores. La gente puede despertar de sus pesadillas, en cambio a aquellos que viven en la oscuridad se les vuelve una cuestión realmente difícil poder hacerlo.
La vida se compone de una serie de decisiones y al parecer el hecho de enfrentar en lo que te vas convirtiendo por ende es igual. No es tan complicado para aquellos que están preparados, ellos parecen enfrentar su destino y seguir adelante, el resto persiste. Después de las oraciones y de tirar tierra sobre los ataúdes de aquello que fueron, siguen esperando. Porque para algunos hay preguntas más importantes: ¿qué somos ahora? ¿a dónde vamos desde este momento?
Los encontramos en esta especie de eternidad que no va a ninguna parte, entre lo humano y lo inmaterial de nuestros pensamientos; Mr. Hydes, algunos de los cuales eligen simplemente aceptar aquello en lo que se han convertido, sin embargo otros no. Lo que nos deja con la decisión más importante, aceptar lo que somos o negarlo. ¿Cuál sería la verdadera maldición, tener cierta parte de oscuridad en nuestro ser o negar poseerla?

viernes, 16 de diciembre de 2011

Trisquel.

A veces pareciera estar completamente prohibido descubrir aquellos sentimientos que llevamos tan bien escondidos. Es entonces cuando nos rendimos a nuestras propias condiciones y no hay competencia alguna. Pensando que es improbable pero no así imposible que algo que una vez palpitó con tanta fuerza con una simple chispa, deje una delgada línea entre fe y destino. 
Recuerdo aquellas veces que preguntabas si creía en las cosas que simplemente están destinadas. Cuando me contabas las historias de tu búsqueda que eran tan pintorescos los cuadros que creabas sin esfuerzo alguno. 
Pensé que solo seríamos amigos, sin embargo, algo tuyo se mezclo con lo mío y comenzó a multiplicarse haciendo que las situaciones de cada día se simplificaran, volviendo lo complicado en sencillo y lo sencillo en algo aún más simple. 
Se suponía que era un nuevo comienzo, no lo que en realidad termino siendo, el principio de un fin porque lo simple se volvió solo recuerdo. Y bien, desde entonces las cosas ya nunca más fueron lo mismo para mi. En estos últimos años, diciembre y enero son los meses en que dedico la mayoría de mis noches en pensarte. 
Creo que hay que entregar todo el amor que se puede dar cuando  se tiene la oportunidad de hacerlo, pero también siempre hay que guardar un poco de amor y no olvidarse de uno mismo.
Si las cosas no fueron como una vez lo planeamos, hay que buscar nuevas razones, quizás esforzarse un poco para ver las otras caras de estas situaciones, hablar un poco con uno mismo tratando de encontrar comprensión aún cuando terminemos algo confundidos   de quiénes somos realmente.
Los días más alegres suelen ser aquellos en los que parecen el primer día de esta vida, en cambio, hay otros en los que el recuerdo de lo ya vivido es mucho más fuerte y pareciera serlo todo.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Rendido.

Una escultura de hielo de un ángel se posó frente a mí y mientras más la abrazaba más se derretía en la distancia. Era una escultura de hielo de un ángel que, tan solo, no estaba hecha para mí. Tan melancólico mientras ella desaparecía, y decía: “¡Por favor no esperes!”. 
Toda mi fe se encontraba en pedazos, como un espejo roto, y mientras intentaba recolectarla, más me cortaba, lastimándome con su filo. Luego de un tiempo todas las piezas fueron reemplazadas mientras mi amor por ella se desvanecía, hacía algún lugar silencioso. Todavía escucho sus susurros transportados por la brisa, diciendo: “Vamos a vivir mientras nuestras almas siguen siendo libres”. 
Sin embargo estoy de rodillas, aprisionado al piso, gritando rendición como nunca antes lo había hecho. Aún sabiendo que no está bien, todavía sigo tratando de aferrarme. Estoy de rodillas, encerrado conmigo mismo el único a quien culpar. Porque soy demasiado débil como para extinguir esta llama.

lunes, 5 de diciembre de 2011

Yo quiero...


Se dan situaciones en las que sé muy bien lo que quiero u otras en las que tengo una leve idea de ello, pero mejor sé exactamente lo que no quiero. Suelo ser capaz de hacer cualquier cosa para lograrlo si me lo propongo: sufrir la espera, la lucha, las idas y vueltas, que las cosas no salgan como uno quiere una y otra vez, aguantar gente de por si insoportable para mí, etc. Si se me ocurre algo entonces, lo intento.
La parte difícil es considerar eso que quiero en cierto momento, con todo lo demás que también anhelo que, a veces son muchas cosas, se mezclan entre ellas y termino algo mareado al no saber por dónde comenzar. Es bastante frecuente también que, lo que más quiero es justo lo que no puedo tener. 
El deseo puede que en ocasiones me deje con el corazón roto, me agote hasta estar cansado de estar y de ser, puede que descontrole bastante mi vida y me dejé con los trozos de mi alma en las manos. Sin embargo, prefiero hacerlo y que todo esto adquiera algún sentido. Porque por muy duro que pueda ser el intento, los que sabemos o tenemos idea de lo que queremos o lo que no queremos somos los que sufrimos muchísimo menos a comparación de aquellas personas que no saben lo que quieren ni tampoco lo que no quieren para ellas mismas. 
Alguien dijo una vez que uno puede tener todo lo que se proponga en esta vida si sacrifica todo lo demás por ello, lo que quería decir a mi entender es que nada viene sin un precio el cual pagar a cambio de lo que se quiere, así que, antes de entrar en batalla, es mejor que uno decida cuánto está dispuesto a perder por ello. 
Demasiado a menudo, encaminarme a obtener lo que pienso que me haría bien significa dejar de lado situaciones que ya están comprobadas que se generan de manera optima. Y si eso trata de dejar que alguien entre en mi vida, significa abandonar las paredes que llevo toda una vida construyendo o hacer un nuevo resquicio por donde está persona pueda pasar. 
Por supuesto que los sacrificios más complicados son aquellos que no veo venir, cuando no tengo tiempo de formular una estrategia para elegir un bando o para medir las pérdidas que sufriré. Al presentarse este tipo de situaciones, cuando la batalla me elige a mí y no al revés, es entonces cuando el sacrificio me puede resultar mucho mayor de lo que puedo afrontar. En fin, si hay que batallar, aún sabiendo que está todo perdido, por lo menos voy a hacer que no la tengan tan sencillo y no se olviden de mí tan fácilmente.