Sorprende como a veces la ciudad
es un espejo, un retrato de si fuera de todos sus inconvenientes. Uno se toma
la vida, se la toma como viene, y así se pasan varios días. Las pequeñas
mariposas naranjas en contra de la sensación que se acumula en el estómago y se
mezcla con el nudo de en la garganta intentando deshacerlo. Fuera de la luz
adquiere las cosas adquieren colores mate y sin brillo, otra mañana un tanto
extraña como la de los últimos días.
La calle a un costado, las
sombras de las mismas caras, las mismas historias, el sol que luce en si su
mismo su fuego y ese viento travieso al cual le gusta jugar con el cabello. Más
de una mirada al reloj o al celular, y a continuación, echar un vistazo a la
esquina para evitar los ojos de los demás.
Las personas que pasan acompañan
conversaciones que ya se las han llevado el tiempo. Mientras los niños rompen
cualquier esquema siempre armado, siempre danzando, siempre cantando. El deber
del reloj, describe todos los sonidos y se lleva todos los olores del otoño. En
uno o dos momentos, es como si comenzara todo de nuevo.
Parece que hay tanto que perder,
hay tanto que decir. Entiendo que esto, si no es eso, ¿qué es lo que estaría
bien? Con el fin de entender aquí, ¿es necesario fuerza, corazones y mentes de
dimensiones incomparables? Se necesitaría de mucha paciencia para comprender
esas preguntas sin precedentes, como la cuestión de la culpabilidad y la lucha
por sobreentender las rupturas en definitiva.
La comprensión que corre alocada
y desesperada tras las mismas preguntas sin respuesta, que da un poco de gracia
verla de ese modo. Porque todo lo que estaba tan claro cuando éramos niños, hoy
en día se ve más o menos, con tan poca claridad en una distancia que se
expande. Pensamientos perdidos, ojos ciegos, oídos sordos, libros en blanco,
algunas mentiras, un poco de miedo a la muerte, y sin darnos cuenta nos
encontramos en el medio de todos ellos apuntándonos directamente.
Manos que caminan acompañadas,
ojos que cuentan sus propias historias y algunas van mostrando las últimas
páginas sus capítulos. Suenan unas pocas palabras de despedida, algunos que
usan a la confianza como último recurso y otros que tratan de que no se aprenda
el significado de lo que es retirarse.
Miles de millones de personas van
por sí solas todas, desde la cuna hasta la tumba, sin darse cuenta que van
manifestando de algún modo su libertad, como si ya lo hubiesen hecho y oído
todo mucho antes y tuviesen todo lo que ya se presentía. Sin embargo, ¿cómo se
les puede devolver el tiempo? Porque lo que cuenta la mayoría es que casi
siempre están en falta de él o quizá ya se hayan acostumbrado a esa vieja
excusa. Además, ¿qué hay de las otras excusas como la de ignorar la realidad?
Y la buena sensación se mantiene
hoy en la pista para intentar llegar en el primer puesto. Y después, ¿dónde
carajos seguir de largo? Quizás es hora de un pequeño despertar, hacer los
últimos discursos de oro y creer lo que se quiera creer. Cuando lo pienso en
definitiva esto tal vez sea así por todas partes.