Dicen que la música calma a las
bestias. Pero,… ¿qué pasaría si además de calmarlas esta música las cambia? O
sea las vuelve humanas, mucho mejores, más especiales, por decirlo así. Mientras
la música suena ellas dejan de ser los monstruos que algunos piensan para
convertirse en princesas o príncipes perdidos de cuentos de hadas. Príncipes y
princesas de las cuales cualquier otra persona se podría enamorar.
La música suena, suena y el
hechizo continúa danzando con su magia. Sin embargo, la misma música que transforma
a estas bestias, con el pasar del tiempo, en las personas que se enamoraron de
ellas va teniendo un efecto adverso, convirtiéndolas en seres oscuros similares
a los entes que eran sus seres amados antes de escuchar la melodía.
Además de eso, para complicar aún
más la situación, ¿qué pasaría si estas nuevas princesas y príncipes corresponden
a ese amor? ¿Qué hacer? Dejar que el hechizo corrompa al ser amado hasta que no
quede rastro alguno de lo que una vez fue o detener la música y aceptar la maldición
que les fue propia, regresar a la oscuridad para volver a ser lo que desde un
principio fueron. Aún así, indistintamente de las elecciones que se tomen las
personas que se quedan amando frente a las nuevas o viejas bestias siempre se
preguntarán si en el fondo de ellas las recuerdan y si queda algún resquicio de
ese amor que compartieron en algún momento cuando ambos se veían como iguales.
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