Teniendo en cuenta la premisa “sorpresa”, se puede dividir a la gente en dos grupos: aquellos a los que les gustan, y a los que no. A mí de por si tengo temporadas en las que me fascinan y otras en las que no quiero saber nada de ellas. Me dicen “¡Sorpresa!” y pongo mi mejor cara de nada, imaginándome una terrible piña directo al tabique de la nariz.
En algunas profesiones y trabajos, las sorpresas no son muy bienvenidas que se diga, en ellos hay que saberlo todo, porque en ciertas ocasiones cuando no es así se generan conflictos con personas que exigen todo de uno y, debido a eso, alguna que otra vez, llegan las demandas.
¿¿¿Estoy divagando otra vez??? Creo que si. Lo que quería decir, porque quería decir algo, no tiene que ver con las sorpresas, ni con las demandas, ni con los conflictos, ni con las profesiones y trabajos. Esta es la cuestión: quién dijo “Ojos que no ven corazón que no siente”, era un terrible imbécil, gil o tilingo, en ese orden viceversa, mezcladito o todo junto a la vez.
Para la mayor parte de las personas que conozco no hay nada, pero nada peor, que no saber lo que ocurre. Bueno, está bien, tal vez haya algo mucho peor. Sin embargo, eso es lo que está pasando por mi mente en este momento. Además, está bien tener que saberlo todo en algunas instancias y lugares, aún así, como seres humanos muchas veces es mejor no ver nada, porque cuando no ves nada puede que sientas temor, pero siempre te quedan esperanzas.
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