viernes, 5 de agosto de 2011

Aquél que dibuja sus propias constelaciones.

La luz se está desvaneciendo, el este se encuentra oscuro. Las risas de los niños resuenan al igual que campanas. Como si fueran piedras ellos arrojan sus voces, como un coro, a través del camino. Se está haciendo tarde otra vez. 
Es otra noche hermosa, con un bello ocaso y el lento ascenso de la Luna, que no tan lejos sobre mi da suficiente luz como para yacer en paz entre las estrellas. 
Entonces todo alrededor se encuentra en calma, cierro los ojos para escuchar las miles de traducciones de historias que atraviesan el cielo y mientras tanto aquél que alguna vez fui dibuja sus propias constelaciones. 
Mi amigo y padre El Viento vestido por el este a veces permanece demasiado tiempo conmigo, de vez en cuando calma, se transforma y se va. Es entonces cuando nunca nada se siente de la misma forma, ya nada es igual.
Acorazado bajo la copa del Árbol de la Vida espero por mi madre La Lluvia. Sin embargo las nubes siguen moviéndose para descubrir la escena. Cielo, Luna y estrellas, en la radiante bóveda celestial que hace que uno se sienta tan grande y a la vez tan pequeño. 
Las estrellas nuevamente en su andar van llevándose otro día, a algún lugar en el recuerdo. Así en ellas, puedo encontrar las historias que a veces necesito oír. Otras veces cierro los ojos y escucho lo suficientemente cerca como todo lo que me rodea desaparece, todo lo demás desaparece, yo mismo desaparezco. Mientras tanto el que alguna vez supo lo que es amar, bajo la luz del firmamento sigue dibujando sus propias constelaciones.


Nota a mi mismo: ¿Soy el hijo que pienso que soy? ¿Soy el hermano que pienso que soy? ¿Soy el amigo que pienso que soy? ¿Soy la persona que pienso que quiero ser?

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