Comenzamos la vida con pocas obligaciones. Hacemos el saludo a la bandera, juramos devolver los libros de la biblioteca, no faltar a clases, hacer nuestras tareas del hogar. Pero a medida que crecemos, tomamos votos, hacemos promesas, nos atamos en compromisos. No hacer daño, decir la verdad y nada más que la verdad, amarnos y respetarnos hasta que la muerte nos separe. Y seguimos aumentando la lista hasta deberle de todo a todo el mundo y de repente pensar: ¿¿¿QUÉ MIERDA ESTÁ PASANDO???
A veces todo el mundo, simplemente, quiere algo de ti. Hacemos una pequeña promesa, y de repente, nos ahogan las obligaciones. Con nuestros familiares, con nuestros compañeros, con nuestros amigos. Para entonces hacemos lo que cualquier persona en su sano juicio haría: huimos como posesos de nuestras promesas, esperando que se olviden. Sin embargo, tarde o temprano, siempre nos alcanzan. Y al final, la mayor parte de las veces, descubres que las obligaciones que más temes no se merecen que corras en lo más mínimo.
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