Entonces empecé a pensar que algunas de las cosas que habría conseguido y algunas de las personas sin las cuales creía no podía vivir, quizás un día no estuvieran. Las personas podían decidir irse, no necesariamente morirse, simplemente no estar en mi vida.
Las cosas podían cambiar y las situaciones podían volverse totalmente opuestas a como yo las había conocido. Y empecé a saber que debía aprender a programarme para pasar por estas pérdidas. Por supuesto que no es igual que alguien se vaya a que ese alguien se muera.
Seguramente no es lo mismo mudarse de una casa peor a una casa mejor, que al revés. Claro que no es lo mismo cambiar un auto todo desvencijado por un auto nuevo, que a la inversa. Es obvio que la vivencia de pérdida no es la misma en ninguno de estos ejemplos, pero quiero decir desde el comienzo que siempre hay un dolor en una pérdida. Perder es “dejar algo”, para entrar a otro lugar donde hay otra cosa “que es”. Y esto “que es” no es lo mismo “que era”. Y este cambio interno o externo, conlleva un proceso de elaboración de lo diferente, una adaptación a lo nuevo, aunque sea para mejor. Este proceso se conoce con el nombre de “elaboración del duelo”. Mejorar también es perder:
Como su nombre lo indica los duelos… duelen. Y no se pueden evitar que duelan. Quiero decir, el hecho concreto de pensar que voy hacia algo mejor que aquello que dejé es muchas veces un excelente premio consuelo, que de alguna manera compensa con la alegría de esto que vivo el dolor que causa lo perdido.
Pero atención: COMPENSA pero no evita, APLACA pero no cancela, ANIMA a seguir pero no anula la pena.
[…]
Hay que aprender a recorrer este camino, que es el camino de las pérdidas, hay que aprender a sanar estas heridas que se producen cuando el otro parte, cuando la situación se acaba, cuando ya no tengo aquello que tenía o creía que tenía o cuando me doy cuenta de que nunca tendré lo que esperaba tener algún día (y ni siquiera es importante si verdaderamente lo tuve o no).
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